miércoles, 14 de marzo de 2007

Dios te salve María en el Dönner Kebab

Ayer vi a la virgen llorar. Ojos perdidos, lágrimas en rafting, rostro de cañones quebrados y aguas turbulentas; la misma expresión la podrás ver en la mamá del último por morir en Irak.

La vi en un póster. La virgen del Dönner Kebab de la calle Atocha (Madrid), un tugurio regentado por bangladesíes. Era un panfleto el que se llamaba a los feligreses a la oración, firmado por una parroquia de la que no llegué a retener el nombre. Pensé que María, triste, desconsolada -en primer plano su obsceno dolor-, acompañada por el incienso de la fritanga y la comida rápida, vertía lágrimas por la muerte de su hijo, Jesús- muerte obscena a semejanza de las fotografías del tal Montoya.

¡Duro debe ser perder a un hijo de este modo cruento; a latigazos, humillaciones, clavos, espinas, lanzas, escupitajos, pupas y máculas, fístulas, y sangre, y ríos de vino, de miasmas, y estigmas, eternos! A Mel Gibson-los detalles-me remito: a su Pasión de drugo, zumos de naranja mecánica. Y lo angustioso de que sea televisado en la misa dominical- día de descanso para aprender una lección de ultraviolencia-, y lo duro del dedo en la yaga: millones de Tomasitos reviviendo el gran asesinato público de la historia, de Roma a Quito, de Manila a Camerún.

Pero, más tarde, entendí que la Virgen del Dönner no lloraba por su hijo, sino por los miles, qué digo, millones de muertos que vendrían más tarde, siglo a siglo, en su nombre. ¡Lo duro que es perder a la humanidad así, por la (des)gracia del hombre...! A Mel Gibson me vuelvo a remitir. Del dolor de Cristo, la única lección fue el sadismo. No nos puedes perdonar, sabíamos lo que hacíamos. Mi amigo ateo-musulmán, y yo, un creyente-deformado, tomamos la eucaristía del cordero y del ketchup. Y regresamos a casa, taciturnos, sin una sola lágrima por vertir. Hágase la indeferencia, así en la Tierra como en el Cielo.

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