
Solo dijo: "quítate la ropa". Y, acto seguido, follamos en el
Second Life. No puedo llamarlo amor, porque fue frío, como pedir champú en el supermercado, o firmar el resguardo de la
tarjeta de crédito. El amor, en cambio, es cosa de mails y poemas bastardos. En
realidad, dos personas usamos un mismo avatar para amar a la chica. Dirigimos al Don J
uan-bautizado Mierda Flota- por las penumbras y bajos fondos del click sexual. Dentro de la chica quizá estuvieran otras dos, o incluso tres, o tal vez, en
realidad, no fuera la holandesa, de textura rubia y escultural, que goza del perreo y
aúlla a un
kernel compilado. Ayer descubrí que -tanto en
Second Life como en la vida
real- follar no es cosa de dos, si no de miles. Muchos pueden colarse, entre gemido y chillido, en esta cita, y deslizarse y asomarse en cada gota de sudor. Nuestra personalidad es un pozo de avatares salidos. ¿Quedamos en mi segunda vida?
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