martes, 17 de abril de 2007

Amok, la rabia mata al perro

"Manténganse a cubierto, pistolero en el campus"
Si por una súbita y espontánea eclosión de rabia, corres armado con un cuchillo (que también puede ser un arma de fuego o granada) y atacas, hieres o matas a los hombres y animales que aparezcan a tu paso, hasta que seas inmovilizado o te hayas suicidado, es que has padecido un ataque de Amok.

La rabia hacía eclosión en sociedades primitivas, mágicas e irracionales, tanto que llegó a describirse como un síndrome que convierte a cualquier individuo en una plaga bíblica o coránica, un arma real de destrucción masiva, encuentro con la violencia orgiástica, el mismo Satán: confirmamos, existe.

A los Estadounidenses les encanta relatarlo como un gran día de furia (Falling Down), recuerda a Michael Douglas armado con un bate de béisbol: el ciudadano X, apocado, tímido, introvertido, el objeto de burla, perdedor, incapaz gozar del privilegio de un kiki, de recibir sonrisa amiga en clase, incapaz de aceptar que no es más que una boñiga entre imágenes sexadas de triunfo, ha decidido echarse una canita al aire perfumada en fragancias de Apocalipsis: se ha armado con dos revólveres y ya van treinta muertos... ¡Pum, pum! La nueva retórica del Triunfo de Bastos.

El síndrome de Amok fue descrito por doctor Westermeyer en 1972 al analizar determinadas conductas entre los pueblos primitivos malayos. El joven asiático de Virginia (esperemos que no fuera malayo), los perros salvajes del instituto Columbine (definitivamente, no eran malayos), el francotirador de Austin (había servido en una de las múltiples guerras… asiáticas) ¿sufrieron el síndrome de Amok? ¿Canalizaron su rabia aniquilando todo ser que encontraran a su paso? ¿Por qué un ataque neurótico catalogado como primitivo, irracional y mágico se manifiesta en los desarrollados EEUU, un lugar al que todos aman, satisfecho de sí mismo? ¿Por qué ahora los científicos tienen que recurrir a los malayos para explicar algo que ocurre en EEUU, Europa o Japón? ¿Por qué en el mejor de los casos se culpa a los videojuegos? ¿Un síndrome primitivo en el hiperespacio?

De algún modo, nuestro yo primitivo- sí, ese mismo que hace que huelas el dedo que ha entrado en tu culo, o sueña con el asesinato de tus padres- está empezando a pegarse unos buenos festines entre las sobras de la actualidad. Muchos de los amok están de servicio en múltiples guerras ilegales, y pagados por gobiernos corruptos: estos no cuentan, ya que la guerra es la amokiasis aceptada, la rabia cultural y económica: un modelo más de triunfo. Otros en cambio han decidido darle otro sentido a su comportamiento neurótico: en Japón, por ejemplo, se encierran en una habitación de por vida, o realizan flashmobs suicidas dando un sentido comunal al misterio más trágico. Los alemanes optan por el canibalismo, o el rito satánico. Y los españoles, tan latinos y pasionales, burlan el cerco social llevándose por delante al ser que más quieren (a ellos mismos) tras culminar su estúpida carnicería, preferiblemente contra una mujer...

No sé si todos ellos sufren el síndrome de Amok, no sé si la ciencia entiende un carajo lo que ocurre, más allá de nomenclaturas extrañas que nos conducen a pueblos todavía más extraños. Será que la enajenación siempre debe mantenerse lejos: ya sea en la cuevas de Bora Bora, o en la selvas del sudeste asiático.

Quizás sea en realidad el síndrome de los tiempos. Padecían la enfermedad de los tiempos, claro. Una enfermedad tan antigua como extraña -porque el tiempo nunca se detuvo- que parece empeñada en recordarnos que la bestia sigue sin domesticar en los adentros. Y que su alimento publicitario-social, la cultura estúpida, la quimera imbécil, el valor fanático, éxito inmediato, han hecho que engorde cual tocino bellotero, bellotas de frustración y falta de amor primal, lo suficiente gordas como para hacer creer que ha llegado el día de la matanza.

Dejémoslo, por amor a nuestra cultura, y la idiosincrasia que nos caracteriza, en el síndrome de San Martín. No es necesario irse hasta Malasia para entender que somos una raza con síntomas de una enfermedades extrañas, crónicas, no pasajeras.

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