martes, 27 de febrero de 2007

Lee el poema (no uses su diccionario)


Advertencia al consumidor: Lea la letra pequeña que viene a continuación. Puede que usted se vea afectado, puede que haya sido infectado, respire hondo y pálpese el estómago. Tranquilo, con suavidad, hunda el dedo índice en la barriga, repita esta operación en distintos puntos alrededor de su ombligo, hasta que lo note... Sí, es ella. Ahora retorne a la letra grande, en mayúsculas. ¡Es importante! Se trata de una epidemia.
Tenía la tenia. Tan delgado como un fideo chino tras ser chupado por los doscientos miembros famélicos de la famelia Yang. Nadie sabía el por qué de su delgadez. Comía cuatro o más veces al día: totalmente omnívoro, no como un oso, sino como una ameba, lo consumía todo. Conocido era por la firma del remanente (residuos, homus residuo). Y siempre más. Porque querer es poder. Poder es tener, y devorar. Avanzaba con los calcetines caídos en el abismo de sus tobillos, y los gayumbos perdidos en el lazo de las rodillas. Atrás quedó su infancia, panza sabrosa, y hoyuelos de inocencia. Cada mañana se dirigía al bar, y decía: "lo de siempre". Y siempre lo mismo, nunca satisfecho, objetos mutando, sujeto idéntico. "Aquí tiene Don Vicente, al gusto del consumidor", respondía el camarero, una respuesta idéntica, código de barras, sonrisa maliciosa y el negocio de alimentarlas. Y entonces él abría la boca, y ella salía con fuerza, asiendo las carrilleras, y se posaba en el vaso de leche, y lo devoraba cual sangre en chupacabras.
"Veo que le ha gustado, doña", atestiguaba el camarero. Y la doña, sin responder, retornaba sibilina a su huésped, se deslizaba por la epidermis de ectoplasma, papel de fumar, para subyugarle una vez más, y obligarle a más y más. Tenía la tenia, sí, tenía… Es una epidemia, la epidemia del tener...

Este es el boceto de un cómic, o un impacto visual, que iremos desarrollando en este blog. "Tenía la tenia". La historia se irá modificando, los dibujos también, cómo cuando compras un coche porque crees que serás mejor, más feliz, lleno, pero después quieres otro, así, hambriento, mutando los objetos-aquí, los dibujos- y sin perder nunca su esencia: el crimen del consumo y su insatisfacción. ¡A comer!

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